Frases de Stephen King
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Soy tres mujeres. Soy la que era; soy la que no tenÃa derecho a ser pero era; soy la mujer a la que has salvado. Te doy las gracias, pistolero.
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No me interesa la credibilidad, sino la libertad, y he descubierto que escribir puede proporcionarla.
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Los corazones se rompen. Si, los corazones se pueden romper. Algunas veces pienso que serÃa mejor si muriéramos cuando lo hicieran, pero no lo hacemos.
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Si tengo que pasar un tiempo en el purgatorio antes de ir a un lugar u otro, supongo que estaré bien siempre que haya una biblioteca de préstamo.
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Entonces, ¿de dónde vienen las ideas, las ideas salables? Vienen de mis pesadillas. No la variedad nocturna, por regla general, sino las que se esconden justo más allá de la puerta que separa lo consciente del inconsciente.
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La miraba como a un Hamlet absurdo del siglo XX, una figura indecisa tan hipnotizada por la avasallada tragedia que no pudo evitar desviar su curso o alterarlo de ninguna manera.
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Dondequiera que usted escribe se supone que es un poco de un refugio, un lugar donde se puede escapar del mundo. Cuanto más cerrada en la que está, más se ve obligado de nuevo en su propia imaginación.
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El mundo gira y asà son las cosas. Uno puede resignarse y girar con él o levantarse para protestar y seguir girando de todos modos.
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El tiempo lo aleja, y al final solo hay oscuridad. A veces encontramos a otros en esa oscuridad, y otras veces los perdemos allÃ.
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Te das cuenta de que te hallas en un infierno de tu propia creación, pero sin embargo continúas adelante. Porque no queda otra cosa que puedas hacer.
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Verás, Danny, lo que tú tienes yo lo llamo esplendor, es lo que la Biblia llama tener visiones y algunos hombres de ciencia precognición.
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Con veintiún años, la vida es un mapa de carreteras. Es solo cuando cumples los veinticinco o asà que empiezas a sospechar que has estado mirando el mapa al revés, y no es hasta que alcanzas los cuarenta que estás completamente seguro de haberlo hecho. Para cuando tienes sesenta, fÃate de mÃ, uno está más perdido que la hostia.
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He cumplido ya cuarenta y cuatro años, y eso me permite tender la mano para coger lo que quiera. No siempre lo consigo, pero tengo derecho a tender la mano.
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A la mayorÃa de las personas les ponen unas botas de plomo en la niñez y tienen que llevarlas ya siempre. Esas botas de plomo se llaman conciencia.
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No renuncies a tu miedo, pero tampoco te entregues a él. Conserva la calma e intenta razonar. Te sorprenderá la cantidad de veces que este sistema funciona.
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