Frases de Santiago Ramón y Cajal
Fue un médico español, especializado en histología y anatomía patológica.
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El cerebro humano es como una máquina de acuñar monedas. Si echas en ella metal impuro, obtendrás escoria; si echas oro, obtendrás moneda de ley.
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Al cavilar sobre las limitaciones del espíritu humano siéntese algo así como abatimientos de rey destronado, nostalgias y desfallecimientos del águila alicortada y prisionera.
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Nos desdeñamos u odiamos porque no nos comprendemos porque no nos tomamos el trabajo de estudiarnos.
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Lo peor no es cometer un error, sino tratar de justificarlo, en vez de aprovecharlo como aviso providencial de nuestra ligereza o ignorancia.
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Es preciso sacudir enérgicamente el bosque de las neuronas cerebrales adormecidas; es menester hacerlas vibrar con la emoción de lo nuevo e infundirles nobles y elevadas inquietudes.
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En cuanto el alma pierde la aureola juvenil, los generosos torneos por el aplauso son sustituidos por las egoístas competencias por el dinero.
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Lo malo de un país no consiste en su debilidad, sino en que ésta sea ignorada de quienes tienen inexcusable obligación de conocerla.
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Se conocen infinitas clases de necios; la más deplorable es la de los parlanchines empeñados en demostrar que tienen talento.
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La experiencia no sirve de nada. Los hombres experimentados son aquellos jugadores que apuntan las cartas que han salido, pero no saben las que van a salir.
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El ahorro excesivo declina rápidamente hacia la tacañería, cayendo en la exageración de reputar superfluo hasta lo necesario.
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Sin cierta inmodestia, o dígase confianza excesiva en las propias fuerzas, nadie acomete empresas de importancia.
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He aquí una evidencia que es también una norma; los únicos tónicos de la voluntad son la verdad y la justicia.
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Es vulgarísima verdad que, en grado variable, el afán de aprobación y aplauso mueve a todos los hombres...
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Los celos iracundos de algunas hembras significan, antes que el temor de perder un amante, el recelo de que se cierre un bolsillo.