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El valor de una frase está en la personalidad de quien la dice, porque nada nuevo puede ser dicho por un hombre o una mujer.
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La creencia en una fuente sobrenatural del mal no es necesaria, los hombres solamente son absolutamente capaces de cada maldad.
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Supongo que lo que todos los hombres son realmente después de una cierta forma o tal vez sólo una fórmula de paz.
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Cada brizna de hierba tiene su lugar en la tierra de dónde saca su vida, su fuerza; y así el hombre está arraigado a la tierra de la que extrae su fe junto con su vida.
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Incluso el dolor extremo puede, en última instancia, desahogar en sí mismo en la violencia, pero más generalmente toma la forma de apatía.
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El peligro reside en que el escritor se convierta en víctima de su propia exageración, que pierda la noción exacta de la sinceridad y que, al final, llegue a despreciar la propia verdad como algo demasiado frío, demasiado contundente.
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Todo el arte creativo es magia, es evocación de lo invisible en formas persuasivas, esclarecedoras, familiares y espejos.
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Algunos grandes hombres deben la mayor parte de su grandeza a la capacidad de detectar en aquellos que destinan por sus herramientas la calidad exacta de la fuerza que importa para su trabajo.
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Si uno fuese a creer todo lo que se ha escrito en este libro, se pasaría la mayor parte del tiempo recorriendo los mares, en un desesperante esfuerzo para hurtarle el cuerpo a las tormentas.
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El egoísmo, que es la fuerza motriz del mundo, y el altruismo, que es su moralidad, estos dos instintos contradictorios, uno de los cuales es tan claro y el otro tan misterioso, no pueden servirnos a menos que en la incomprensible alianza de su irreconciliable antagonismo.
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En cuanto al honor -ya sabes- es una herencia medieval muy fina de la que las mujeres nunca se apoderaron. No era suya.
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No son los claros los que gobiernan el mundo. Grandes logros se logran en una niebla bendita y cálida.
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Pero su alma estaba desquiciada. A solas en esa selva, había mirado dentro de sí mismo, y ¡por todos los cielos!, había enloquecido. Yo tuve, debido a mis pecados, supongo, que pasar también por el calvario de mirar dentro de mí mismo. Ningún ejercicio de elocuencia hubiera podido ser tan fulminante con la fe abstracta en la humanidad como su última explosión de sinceridad. Luchó consigo mismo. Yo lo vi, lo escuché. Yo vi el inconcebible misterio de un alma que no conocía la moderación, ni la fe, ni el miedo, y que sin embargo había luchado a ciegas consigo misma. Conservé la cabeza bastante bien, pero cuando lo tendí al fin en su lecho, y me sequé la frente, mis piernas temblaron como si acabara de arrastrar media tonelada sobre la espalda por una cuesta. Y sin embargo, yo solo había sostenido su brazo huesudo alrededor de mi cuello; nada que fuera más pesado que un niño.
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La creencia en una fuente sobrenatural del mal no es necesaria; el hombre por si mismo es muy capaz de cualquier maldad.