Narrar, decía mi padre, es como jugar al póker. Todo el secreto consiste en parecer mentiroso cuando se está diciendo la verdad.
Yo veo la sociedad como una red de narraciones; no sólo es una red de intercambios económicos o sentimentales, sino también una trama de relatos.
¿Y qué es en definitiva la biografía de un escritor sino la historia de las transformaciones de su estilo?
La ausencia era eso. Un lugar que uno conoce y recuerda de memoria, como si fuera una foto, donde uno falta.
La literatura también es eso: una relación con la experiencia donde uno está al mismo tiempo viviendo y registrando.
Sólo en la mente de los traidores y de los viles, de los hombres como yo, pueden surgir los bellos sueños que llamamos utopías.
Contar es entonces para mí un modo de borrar de los afluentes de mi memoria aquello que quiero mantener alejado para siempre de mi cuerpo.
Esa marcha afiebrada de los aventureros que avanzaban ávidamente hacia el oeste, ¿Qué era sino una búsqueda de la utopía por excelencia: el oro?
Por otro lado, la correspondencia es un género perverso: necesita de la distancia y de la ausencia para prosperar.
Las cosas nunca salen como uno las piensa, la suerte es más importante que el coraje, más importante que la inteligencia y las medidas de seguridad.