Frases de Abraham Lincoln
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Deje que el presidente para invadir una nación vecina, siempre que se considere necesario para repeler una invasión, y permitir que lo haga cada vez que se puede optar por decir que él lo considere necesario para tal fin - y le permiten hacer la guerra a placer.
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Aquéllos que niegan la libertad a otros no la merecen para sÃ, y bajo un Dios justo no pueden conservarla mucho tiempo.
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Ochenta y hace siete años, nuestros padres fundaron en este continente una nueva nación, concebida en la libertad y consagrada al principio de que todos los hombres son creados iguales.
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Estos hombres piden exactamente lo mismo, la equidad y la justicia solamente. Esto, en lo que esté en mi poder, ellos y todos los demás, tendrá.
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La gente somos los amos legÃtimos del congreso y los tribunales, no para derrocar la Constitución, sino derrocar a los hombres que pervierten la constitución.
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Nuestra defensa está en la preservación del espÃritu que valora la libertad como un patrimonio de todos los hombres, en todos los paÃses, en todas partes. Destruid este espÃritu y que ha plantado las semillas del despotismo en torno a sus propias puertas.
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Las cosas que quiero saber están en los libros; mi mejor amigo es el hombre que me da un libro que no haya leÃdo.
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Cuando me preparo para hablar, paso dos tercios del tiempo pensando qué quiere escuchar la gente y un tercio lo que quiero decir yo.
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No debemos ser enemigos. Aunque la pasión se haya tensado, no debe romper nuestros lazos de afecto. Las cuerdas mÃsticas de la memoria, que se extienden desde cada campo de batalla y tumba patriota, hasta cada corazón vivo y piedra de hogar, en toda esta amplia tierra.
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No somos enemigos, sino amigos. No debemos ser enemigos. Aunque la pasión se haya tensado, no debe romper nuestros lazos de afecto. Los cordones mÃsticos de la memoria se hincharán cuando vuelvan a tocarlos, como seguramente lo harán los mejores ángeles de nuestra naturaleza.
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La única fe que luce bien y mantiene su color en todos los tiempos, es la que está tejida con convicción y con el mordaz agudo de la experiencia.
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Muchas veces me ha puesto de rodillas la abrumadora convicción de que no tenÃa otro lugar adonde ir. Mi propia sabidurÃa y la de todos los que me rodean me parecieron insuficientes para ese dÃa.
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SorprenderÃa, si no divertirÃa, a los ciudadanos mayores saber que yo (un chico extraño, sin amigos, sin educación y sin un centavo, que trabaja a diez dólares al mes) he sido catalogado como el candidato del orgullo, la riqueza y la distinción familiar aristocrática.
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Corregir los males, grandes y pequeños, que brotan de la falta de simpatÃa y de la enemistad positiva entre los extraños, como naciones o como individuos, es una de las funciones más elevadas de la civilización.
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