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Leyendo un libro, un día, de repente, hallé un ejemplo de melancolía: Un hombre que callaba y sonreía, muriéndose de sed junto a una fuente.
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Puedo estar a tu lado como si no estuviera, y encontrarte cien veces, así como al azar... Puedo verte con otro, sin suspirar siquiera, y no puedo olvidar.
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¡Un hijo! Tú sabes, tú sientes que es eso: ver nacer la vida del fondo de un beso por un inefable milagro de amor.
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Te digo adiós si acaso te quiero todavía quizás no he de olvidarte… Pero te digo adiós. No sé si me quisiste… No sé si te quería o tal vez nos quisimos demasiado los dos.
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Y si nos tienta algún pecado triste y vulgar, el viento sopla siempre de aquel lado, y se lo lleva todo sobre la mar...
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Vamos, que se hace tarde _ me dijiste. Pero yo me quedé mirando el mar,con el hastío de un pecado triste, pues no hay nada más triste que un pecado vulgar.
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Y así dos orillas tu corazón y el mío, pues, aunque las separa la corriente de un río, por debajo del río se unen secretamente.
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Y siento celos al pensar que un día, alguien, que no te ha visto todavía, verá tus ojos por primera vez.
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La vida será tuya si sabes que es ajena, que es igual ser montaña que ser grano de arena, pues la calma del justo vence el furor del bravo.
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