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El sufrimiento depende no tanto de lo que se padece cuanto de nuestra imaginación, que aumenta nuestros males.
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No hagas mejores amigos con un alma melancólica. Siempre llevan una pesada carga y tu debes llevar la mitad.
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El verdadero valor consiste en prever todos los peligros y despreciarlos cuando llegan a hacerse inevitables.
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La curiosidad de los niños es una inclinación, que va delante de la instrucción; es menester pues aprovecharse de ella.
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El que no ha sufrido no sabe nada; no conoce ni el bien ni el mal; ni conoce a los hombres ni se conoce a sí mismo.
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Cuanto más perfectos somos, más gentiles y tranquilos nos volvemos hacia los defectos de otras personas.
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Los niños son excelentes observadores y, a menudo, percibirán sus más mínimos defectos. En general, los que gobiernan a los niños, no perdonan nada en ellos, sino todo en sí mismos.
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El más desgraciado de todos los hombres es el que cree serlo, porque las desgracias penden menos de las cosas que se sufren, que de la impaciencia en sufrirlas, que es lo que aumenta el dolor.
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Las lágrimas no sólo son indicio de una naturaleza sensible y compasiva; son también indicio de debilidad y astucia.
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La exactitud y la pulcritud en moderación son una virtud, pero llevados a los extremos estrechan la mente.
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Antes de lanzarse al peligro, hay que prevenirlo y temerlo; mas una vez en él, no queda otra solución que despreciarlo.
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No basta tener razón; mantenerla de una manera brusca y altanera, es deshonrarla y echarla a perder.
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Los más insolentes en la prosperidad son en la adversidad los más débiles y cobardes; doblan la cerviz en faltándoles la autoridad, y se les ve tan abatidos como se les conoció soberbios; en un momento pasan de un extremo a otro.
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Sabed que los que llamamos malvados no son hombres incapaces de hacer el bien; por el contrario, ellos hacen el bien o el mal indiferentemente, con tal que pueda servir a sus proyectos ambiciosos.