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Todos los sistemas, sea cual sea su ideologÃa, generan su propia injusticia, pero no se puede impedir la existencia por temor al mal.
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La medida de nuestro odio es idéntica a la medida de nuestro amor ¿Pero no son éstas sino maneras de nombrar una pasión?
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Qué injusta, qué maldita, qué cabrona la muerte que no nos mata a nosotros sino a los que amamos.
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Para crear debes ser consciente de las tradiciones, pero para mantener las tradiciones debes de crear algo nuevo.
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Si éste fuera un mundo perfecto no escribirÃamos novelas ni harÃamos pelÃculas. Lo vivirÃamos, a través del amor de los demás.
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Las revoluciones las hacen hombres de carne y hueso, no santos, y todas terminan por crear una nueva casta privilegiada.
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Hay cosas que sentimos en la piel, otras que vemos con los ojos, otras que nomás nos laten en el corazón.
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Es que no hay buena revolución que no sea traicionada, sólo las malas revoluciones no se traicionan a sà mismas.
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Si del amor hacemos la meta más cierta y el más cierto placer de nuestras vidas, ello se debe a que, por serlo para serlo, debe soñarse ilimitado sólo porque es, fatalmente, limitado.
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La Biblia debió añadir al Eclesiastés que no sólo hay tiempo de nacer y tiempo de morir, sino tiempo de ser rebelde y tiempo de ser conservador...
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Y asà nacieron los hombres, con el propósito de mantener dÃa con dÃa la creación divina mediante lo mismo que dio origen a la tierra, el cielo y cuanto en ellos se halla: la palabra.
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Sólo te repito que el gran problema de la igualdad no es vencer el orgullo de los ricos, sino vencer el egoÃsmo de los pobres.
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El Congreso tiene tresmisiones. Una, pasar leyes. Otra, impedir que pasen. Pero la más importante consiste en asegurar que los asuntos se alarguen indefinidamente, que nada se resuelva por completo, que la agenda esté llena de pendientes...
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La primera regla de una polÃtica tan barroca como la mexicana es la siguiente: ¿para qué hacer las cosas fáciles si se pueden hacer complicadas? De allà la segunda regla: ¿para qué hacer las cosas bien si se pueden hacer mal? Y la tercera, que es el corolario perfecto: ¿para qué ganar si podemos perder?