Vivimos en un arcoíris de caos.
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El mensaje era: el desorden siempre ganaba al final. La idea de que el hombre pueda ordenar al mundo a su propio diseño era el cuento más lamentable jamás contado.
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Descubrí que mi obsesión por tener cada cosa en el lugar correcto, cada sujeto en el momento adecuado, cada palabra en el estilo correcto, no era la merecida recompensa de una mente ordenada, sino lo contrario: un sistema completo de pretensiones hechos para mí, para mí desorden de mi naturaleza.