Frases del Principito
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Únicamente los niños saben lo que buscan. Pierden el tiempo con una muñeca de trapo que viene a ser lo más importante para ellos y si se la quitan, lloran.
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No se debe nunca escuchar a las flores. Solo se las debe contemplar y oler. La mÃa perfumaba mi planeta, pero yo no era capaz de alegrarme de ello.
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Cuando mires al cielo, por la noche, como yo habitaré en una de ellas, como yo reiré en una de ellas, será para ti como si rieran todas las estrellas. ¡Tú y solo tú tendrás estrellas que saben reÃr!
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Será necesario que soporte dos o tres orugas, si quiero conocer las mariposas; creo que son muy hermosas. Si no ¿quién vendrá a visitarme? Tú estarás muy lejos. En cuanto a las fieras, no las temo: yo tengo mis garras.
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¡La Tierra no es un planeta cualquiera! Se cuentan en él ciento once reyes (sin olvidar, naturalmente, los reyes negros), siete mil geógrafos, novecientos mil hombres de negocios, siete millones y medio de borrachos, trescientos once millones de vanidosos, es decir, alrededor de dos mil millones de personas mayores.
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La autoridad se apoya antes que nada en la razón. Si ordenas a tu pueblo que se tire al mar, el pueblo hará la revolución. Yo tengo derecho a exigir obediencia, porque mis órdenes son razonables.
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Pero si tú me domesticas, entonces tendremos necesidad el uno del otro. Para mÃ, tú serás único en el mundo. Para ti, yo seré único en el mundo…
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Si alguien ama a una flor de la que sólo existe un ejemplar en millones y millones de estrellas, basta que la mire para ser dichoso.
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Nada en el universo sigue siendo igual si en alguna parte, no se sabe dónde, un cordero que no conocemos ha comido, o no, a una rosa.
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Siempre he amado el desierto. Puede uno sentarse sobre un médano de arena. No se ve nada. No se oye nada. Y, sin embargo, algo resplandece en el silencio…
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Pero las semillas son invisibles. Duermen en el secreto de la tierra hasta que a una de ellas se le ocurre despertarse.
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Los hombres ya no tienen tiempo para conocer nada; compran las cosas ya hechas a los comerciantes; pero como no existe ningún comerciante de amigos, los hombres ya no tienen amigos.
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Los hombres ocupan muy poco lugar sobre la Tierra… Las personas mayores no les creerán, seguramente, pues siempre se imaginan que ocupan mucho sitio.
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Algunas veces abrirás tu ventana sólo por placer y tus amigos quedarán asombrados de verte reÃr mirando al cielo.
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Tener un amigo es un verdadero privilegio y si uno se olvida de ellos se corre el riesgo de volverse como las personas mayores que solo se interesan por las cifras y los números.
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En el planeta del principito habÃa, como en todos los planetas, hierbas buenas y hierbas malas y, por lo tanto, semillas de unas y otras.
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Hay que arrancar los baobabs en cuanto se les distingue de los rosales pues se parecen mucho cuando son pequeñitos.
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Que los volcanes estén extinguidos o se despierten es igual para nosotros. Lo interesante es la montaña del volcán y esta nunca cambia.
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Los hombres se meten en los trenes pero no saben a dónde van. No saben qué quieren ni saben qué buscar.
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Es igual con la flor. Si quieres a una flor que habita en una estrella, es muy dulce mirar al cielo por la noche. Todas las estrellas han florecido.
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Es útil, pues, para mis volcanes y para mi flor que yo las posea. Pero tú, tú no eres nada útil para las estrellas…
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¡Qué planeta más raro!, es seco, puntiagudo y salado. Y los hombres carecen de imaginación; no hacen más que repetir lo que se les dice.
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Claro que nosotros, como sabemos comprender la vida, nos burlamos tranquilamente de los números. A mà me habrÃa gustado empezar esta historia a la manera de los cuentos de hadas.