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A nadie se ha dado la vida como una propiedad enajenable; a todos por el contrario se les dio en usufructo.
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¿Por qué quieres multiplicar los días de una vida que vas a echar a perder miserablemente, y que desaparecerán sin provecho?
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Ya no te dará su bienvenida tu casa; ni tu mujer, ni tus dilectos hijos saldrán a tu encuentro ofreciéndote sus besos ni conmoviendo con secreta dulzura tu corazón.
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Durante la tempestad, cuando los vientos agitan las aguas del mar, es dulce contemplar desde la ribera las duras pruebas del prójimo.
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Los mortales se prestan mutuamente la vida; y, tomo los corredores en el estadio, pásanse de mano en mano la antorcha vital.
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Los necios no aprecian ni admiran sino los pensamientos ocultos bajo el disfraz de palabras misteriosas.
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¿No veis cómo el hombre anda siempre buscando sin saber lo que desea, y cuántas veces cambia de lugar, como si quisiera librarse de un peso?
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Cuando la mar está gruesa y los vientos agitan las aguas, es agradable contemplar desde la tierra el peligro ajeno.
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Es una gran riqueza para el hombre vivir parcamente y con ánimo sereno, porque así no tendrá jamás penuria del poco.
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Dios nos dio a conocer la naturaleza del bien supremo que todos buscamos, y nos señaló la senda más corta para que en recto curso pudiéramos llegar a él.
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